martes, 29 de diciembre de 2009

"Esto lo arrolla a uno"

En un homenaje, o un acto de servilismo, la revista Semana escribió un artículo sobre Luis Carlos Sarmiento Angulo, uno de los doscientos hombres más ricos del mundo y el segundo hombre más rico de Colombia. Allí, luego de cantar las loas a su vida empresarial, transcriben un apartado de la entrevista que le hicieron. Al parecer le preguntaron por qué había hecho lo que hizo:


"En primer lugar, dejemos claro que uno funda empresas para ganar plata. Es que aquí ese concepto se distorsiona y a la gente le da pena decirlo. Específica y únicamente es para ganar plata. Decir lo contrario es fariseísmo. Pero cuando a uno le va bien en los negocios, la tranquilidad económica se consigue relativamente rápido y la pregunta más bien es ¿y por qué sigue? Y la respuesta es que uno sigue porque esto lo arrolla a uno".

Luego Sarmiento sigue con una predecible perorata de patriotismo y de que sus empresas han ayudado al prójimo. En Colombia se sabe que los dos negocios de Sarmiento Angulo -la construcción y la banca- son los más sucios después del narcotráfico y la política. En todo caso, el final el fragmento que cito es sincero, sobre todo el final: "esto lo arrolla a uno". Es la respuesta a la pregunta por la ambición. Ya no es codicia, no es tener más, porque no se puede tener más (da lo mismo tener 1000 que 2000 millones de dólares). Sarmiento es arrollado por el sistema, un sistema que en el cual se comporta como señor pero del que al final es sólo alguien más. Es un juego, placentero sí, pero del cual es casi imposible salir. Como casi todos nosotros, él está allí porque ha sido arrollado; sólo que él es muy bueno, ha entendido alguno de los hilos que lo gobiernan y ha hecho cosas, pero ya su poder está por fuera de su voluntad.
Por supuesto eso no lo salva de ser uno de los hombres más viles de su país, ni de la culpa histórica de la pobreza que ha generado. Sin embargo, esa frase ayuda a entenderlo: "Esto lo arrolla a uno" nos hace recordar que la mayoría de personas serían él si pudieran, no por malos, sino porque serían arrollados. Aunque siempre es muy fácil señalar los culpables de las desgracias masivas, el sistema de injusticias se ha perfeccionado de tal modo que hasta los más privilegiados son sólo ínfimas piezas, que apenas presencian una monstruosidad que los desborda, y que por un azar que luego intentan explicar, los beneficia.
¿Debemos justificarlo sólo por eso, porque es intercambiable? No, pero debemos preguntarnos si a nosotros nos arrollaría el juego que juega Sarmiento, o si de un modo u otro ya lo está haciendo.

jueves, 26 de noviembre de 2009

Maestros (para Martha y Daniel)

Ser un maestro puede ser tomado de un modo institucional o profesional. Esto es sobre todo útil cuando se piensan políticas educativas. También se puede pensar la enseñanza desde el ideal, o desde el deseo. Eso también es positivo. El problema es cuando se mezclan irresponsablemente estas concepciones, cuando no podemos dejar de pensar la enseñanza dentro de los marcos institucionales o cuando se planea la educación institucional pensando solo en el ideal. En Colombia ha sido así en gran medida: inspirados en el ideal de la enseñanza se hicieron las reformas educativas: su origen está en las reflexiones que surgieron de las élites intelectuales con respecto de sus experiencias y en los experimentos educativos que han podido hacer en sus ambientes. Estos maestros y estos estudiantes, todos provenientes de ambientes de privilegio intelectual se acercan más al ideal de formación de conocimiento. Pero para la mayoría de personas, enseñar o ser estudiante se parece más al trabajo de oficina que a cualquier otra cosa. Desde esta perspectiva desidealizada se debe tomar el proceso educativo. No sabría como hacerlo sin ser derrotista o caer en el supuesto pragmatismo de la burocracia del poder.

Sabiendo esto, puedo decir que mi ideal de la figura del maestro no podría aportar mucho a un debate sobre educación. Para mí el proceso de enseñanza pasa por varias preguntas: ¿es posible enseñar un proceso de pensamiento sin unos contenidos? Esto es, ¿es posible enseñar a leer bien sin leer buena literatura? ¿es posible enseñar a pensar históricamente sin presentar contenidos de rigor? Al final, el pensamiento crítico y riguroso funciona más por demostración, los mejores profesores que he tenido han sido quienes presentaban su manera de pensar, no quienes dejaban que todo el proceso de pensamiento surgiera de la clase. El problema de esta manera de percibir la educación es que es del todo impositiva: la buena literatura es nuestra buena literatura, el pensamiento crítico y argumentativo es la construcción de nuestros propios argumentos, el pensamiento político es la elaboración de nuestras ideas políticas. El maestro entonces ejerce un poder sobre el estudiante. ¿Cómo no volverse un adoctrinador? No lo sé, pero la solución no es pretender que eso no pasa, porque entonces se termina imponiendo la voluntad de un modo falaz, o en el peor de los casos el proceso de enseñanza se convierte en el patético espectáculo de la automutilación del maestro.

Renunciar al poder de influencia es creer ingenuamente que no hay otros poderes que están ahí sobre el estudiante, poderes que detestamos. Renunciar al poder es subestimar al estudiante o creer que jamás encontraremos a alguien que aprenda de nosotros y luego pueda ver que, detrás de lo que le mostramos, estaba la manera de hacer las cosas, y detrás de eso están nuestros límites. Allí el estudiante encuentra su propia manera, no en la degeneración de la mayéutica que es la fingida timidez educativa que algunos proponen.

También se puede alegar que la división maestro-estudiante no debe existir. Pero la tradición de esa figura es demasiado fuerte para ignorarla. Solo conozco dos posibilidades en las cuales esa figura desaparece: cuando el estudiante supera al maestro porque este es malo o aquel es bueno. En ambas circunstancias el estudiante ve, o cree ver, la falla en el modo de pensar del profesor. Si se trata de un gran maestro el proceso es de asesinato simbólico, como un drama familiar: el estudiante se libera y construye su propio camino; cuando el maestro es malo y si ha ejercido algún poder, simplemente se revela que ese poder provenía de una autoridad externa a su quehacer y a su pensamiento (provenía de la institución, por ejemplo); su mascara cae. Por supuesto, las mas de las veces la relación profesor estudiante ni siquiera pasa por estos dos momentos de lucha o de decepción, y eso está bien: es mejor tener unos cuantos desastres, unos pocos maestros buenos y, en general, gente que sólo hace su trabajo, guías (como el guía turístico o de safari) que le presentan ciertos temas.


No quiero renunciar a participar de esa relación de conocimiento a la antigua, en donde la enseñanza se parece más a la influencia como la entendía Wilde: una contaminación de las almas. Es algo que puede ocurrir dentro o fuera de muchos procesos, sean o no explícitamente educativos. Tengo en mente esa persona que, como ciertos libros, nos abre la mente o nos sacude nuestra manera de ver las cosas. A veces esa persona está en un salón, otras en un grupo de teatro, un taller, o es un amigo con mucho carisma. Con el tiempo podemos encontrar su pensamiento limitado o ridículo, pero su influencia es como un golpe que desvía nuestra trayectoria. Pienso en par de personas fueron eso en mi vida: ellos cambiaron mi manera de ver el mundo, vendas dentro de mí y me sacaron de un estado de aletargamiento que me envolvía. Con ellos estoy tan agradecido que no me importa hoy en día descubrir estoy en desacuerdo con casi todo lo que dicen. me gustaría poder ser eso para alguien. ¿Es entonces el maestro un predicador o un profeta? No lo sé, pero sí se que esa es la tradición a la que se remite. Sólo que ahora no habría una fe que le diera seguridad o hiciera de sus contradictores enemigos. Los métodos son otros pero el carisma viene de esa figura. El peligro es caer en el error de Jesús, que iba a ser un profeta decente hasta que se creyó Dios. Entonces perdió el camino y se volvió un dictador del espíritu. También pienso en la figura del anacoreta y su discípulo. Allí ya no hay una persona frente a un grupo, sino algo íntimo y secreto.
En todo caso, sé que volver a este modelo tiene siempre el riesgo de ser paternal, de ser destructivo con el otro, de dejar de ver las exploraciones propias por volverse un secreto propagador del propio ego.
Además, se puede alegar que hay otras tradiciones tan antiguas a las que se podría apelar y que tal vez sean mejores. Pienso por ejemplo en algunos ritos iniciáticos de mujeres, donde las mujeres experimentadas se encierran con la joven aún virgen y le cuentan o le muestran los secretos eróticos que conocen. Allí la transmisión de conocimientos da de un modo tan diferente que, si la tomamos como metáfora de la enseñanza, tal vez nos lleve o otros caminos es la transmisión del conocimiento.

viernes, 30 de octubre de 2009

Dolor de espalda

Pasa otra semana, llego al final durmiendo mal, con dolor de espalda y habiendo hecho poco.
La frustración es por no aprovechar la posibilidad de alejarse del mundanal ruido y buscar una vida dedicada al puro oficio de las letras. Al fin y al cabo de eso se trata este sitio... ¿qué otro encanto puede tener vivir en un lugar donde no hay nada para hacer?
En el fondo se ocultan dos sensaciones: una, la influencia del catolicismo: la purificación, no por medio de un ascetismo intramundano, sino de la reclusión... acceder a lo sagrado a través del alejamiento de lo material y lo corporal (superados en parte los moralismos sexuales, el fin de semana y sin haber dormido bien, con resfriado y dolor de espalada me muestra que he abandonado el cuerpo). La segunda fantasía es la del conocimiento total: el plíglota polímato: Borges, Valéry, Frye, Borges... gente que leyó todos los libros o que agotó una tradición. También está William Blake y Lesama Lima, fundadores de sectas de un solo integrante. Así que de nuevo el problema es religioso. El problema del agnosticismo es que lo espiratual sale por la puerta pero entra por la ventana. Y al mismo tiempo nos enfrentamos con que somos mediocres y desperdiciamos las oportunidades, que gastamos horas y horas revisando páginas inútiles de internet o pensando en política.
Así que el asunto está de nuevo en la culpa: se verifica que no se es lo que se quiere ser y entonces ese ser imagnario que uno ha creado lo mira a uno con gesto reprobatorio y le dice: "muy mal, Gabriel, pasan los días, los años, y nada que haces lo suficiente para que yo sea real. Al final vas a perder la oportunidad".
¿Es posible construirse a uno mismo desde otro punto de partida? ¿Cambiar los referentes hacia un hedonismo del saber, o una pulsión deseperada e irracional como los decadentes de antaño? Pero todos los que veo seguir esa senda parecen payasos, farsantes o poetastros patéticos que huelen a café con leche.

sábado, 10 de octubre de 2009

Programación de actividades

De repente se siente uno preocupado por cualquier tontería... horas y horas pensando en en las pequeñas comodidades y en las pequeñas neurosis. La ciudad es muy buena para eso. Al final los pequeños problemas son, como el entretenimiento, una forma de postergar el aburrimiento, pero dejando de lado las cosas importantes. ¿Pero qué son las cosas importantes? Bien pensado, la política, el éxito, yo todos los problemas con mayúscula sólo son importantes en relación con lo más pequeño, pero en sí mismos no tienen ningún valor, son también distracciones... ¿religión, espiritualidad, conocimiento? Distracciones... siempre nos estamos divirtiendo, dejando de lado algo que no sabemos qué es, y mientras tanto pasamos el tiempo. Por eso cuando uno cumple una tarea difícil, cuando tiene "éxito", cuando se convierte en lo que quería ser, debe apresurarse a poner otra meta, otra tarea, para que no se note que todo lo que se ha uno esforzado por construir es una fabricación baladí. Además el mundo debe moverse, sí, sí, luego nos ocupamos de lo otro...

domingo, 4 de octubre de 2009

Nosotros tan felices

Podemos percibirnos como perfectos siempre. Basta pensar que los errores hacen parte de la naturaleza humana o del aprendizaje. Es un lugar común, después de un mal momento o un fracaso, terminar la lista de lamentos con un, "bueno, pero el final se ha aprendido algo de todo esto", como si el dolor, la humillación o los daños fueran lo que nos quedara de los antiguos métodos de enseñanza. Entonces al final todo está bien y todo es bueno.
El problema es cuando nos encontramos con alguien que no deja abierta esa salida, alguien lo suficientemente viejo como para poder ver su vida, no como un aprendizaje, sino como una escalera en espiral que desciende a tropezones, un viejo reventado que no puede hacer ningún balance positivo. Entonces no sabemos cómo reaccionar, pues la retórica de las enseñanzas de la vida se hace tan inapropiada como si estuviéramos diciéndole a una mujer recién violada que por lo menos aprendió una nueva posición. Son personas que no se equivocaron, sino que escogieron el peor camino sabiendo que era el peor, que tomaron las decisiones equivocadas sabiendo que eran equivocadas. Tal vez lo hicieron pensando en la historia del camino pedregoso que va al cielo y el camino plano y despejado que va al infierno, y entonces cuando llegaron al final se dieron cuenta de que los dos caminos llevaban al mismo sitio, solo que los que escogieron la senda bonita llegaron antes y sufrieron menos. A esas personas se las mira con condescendencia, y se habla de ellos con una mezcla de compasión y desprecio. Y está bien, así se perciben ellos mismos. Pero en el fondo nos incomodan y nos desestabilizan; detrás de todos los discursos de consuelo frente a ellos y las exclamaciones lastimeras a sus espaldas se esconde un interrogante: ¿por qué seguir siempre el camino razonable? ¿Por qué escoger siempre la opción que parece más feliz y sensata?
Al final la infelicidad del viejo reventado no es menos significativa que nuestra situación confortable. Tal vez esa gente no se creyó la historia del paraíso al final del camino de espinas, tal vez sabían que al final no había paraíso para nadie; el camino plano, que se podía abarcar con una mirada, no valía la pena, y quizás entre las espinas había algo escondido. Tal vez ellos preferían llegar al final sin nada en las manos a andar rápido sabiendo que no habían intentado encontrar ese algo. Al final perdieron, pero recuerdan cada piedra y cada espina; nosotros los del camino plano, no recordamos nada.