Podemos percibirnos como perfectos siempre. Basta pensar que los errores hacen parte de la naturaleza humana o del aprendizaje. Es un lugar común, después de un mal momento o un fracaso, terminar la lista de lamentos con un, "bueno, pero el final se ha aprendido algo de todo esto", como si el dolor, la humillación o los daños fueran lo que nos quedara de los antiguos métodos de enseñanza. Entonces al final todo está bien y todo es bueno.
El problema es cuando nos encontramos con alguien que no deja abierta esa salida, alguien lo suficientemente viejo como para poder ver su vida, no como un aprendizaje, sino como una escalera en espiral que desciende a tropezones, un viejo reventado que no puede hacer ningún balance positivo. Entonces no sabemos cómo reaccionar, pues la retórica de las enseñanzas de la vida se hace tan inapropiada como si estuviéramos diciéndole a una mujer recién violada que por lo menos aprendió una nueva posición. Son personas que no se equivocaron, sino que escogieron el peor camino sabiendo que era el peor, que tomaron las decisiones equivocadas sabiendo que eran equivocadas. Tal vez lo hicieron pensando en la historia del camino pedregoso que va al cielo y el camino plano y despejado que va al infierno, y entonces cuando llegaron al final se dieron cuenta de que los dos caminos llevaban al mismo sitio, solo que los que escogieron la senda bonita llegaron antes y sufrieron menos. A esas personas se las mira con condescendencia, y se habla de ellos con una mezcla de compasión y desprecio. Y está bien, así se perciben ellos mismos. Pero en el fondo nos incomodan y nos desestabilizan; detrás de todos los discursos de consuelo frente a ellos y las exclamaciones lastimeras a sus espaldas se esconde un interrogante: ¿por qué seguir siempre el camino razonable? ¿Por qué escoger siempre la opción que parece más feliz y sensata?
Al final la infelicidad del viejo reventado no es menos significativa que nuestra situación confortable. Tal vez esa gente no se creyó la historia del paraíso al final del camino de espinas, tal vez sabían que al final no había paraíso para nadie; el camino plano, que se podía abarcar con una mirada, no valía la pena, y quizás entre las espinas había algo escondido. Tal vez ellos preferían llegar al final sin nada en las manos a andar rápido sabiendo que no habían intentado encontrar ese algo. Al final perdieron, pero recuerdan cada piedra y cada espina; nosotros los del camino plano, no recordamos nada.
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