sábado, 18 de junio de 2011

Variación sobre una analogía gastada


Tomada del blog "embracing bevin"
“Vivir en una burbuja” puede ser un estado de separación de los demás, no sólo los de otro grupo social, sino todos los demás. Se trata entonces de garantizar la tranquilidad a cambio de vivir rodeado de un aislamiento protector que permea todas las experiencias de vida. Así, es estar mentido entre un espacio donde es imposible ser lastimado de veras, pues siempre está esa pequeña membrana protectora; nada se toca realmente, pero nada hiere realmente. Es vivir sin poder respirar bien, siempre con aire puro pero con tan poco aire que a larga uno se ahoga lentamente; pero la falta de aire también genera un adormecimiento confortable, casi hermoso. Es ver el mundo con un lente que atenúa toda la luz; no se puede ver bien, pero nunca duelen los ojos.




Luego las cosas comienzan a cansarlo a uno. Entonces uno quiere tocar las cosas de verdad, ver bien los colores, pero sobre todo respirar. Uno sueña con salir de la burbuja. Ser libre al fin, se dice uno.


Entonces, cuando menos se piensa la burbuja se fisura un poco, se revienta y todo entra de repente: el aire pútrido, la luz que quema la piel y los ojos, las superficies ásperas y llenas de filos. El mundo se revela con su verdad: la violencia, la miseria, la crueldad. Y lo castiga a uno sin concesiones. Lo castiga por pensar que las cosas dependían de la voluntad de uno y creer que la burbuja estaría ahí para siempre. Lo castiga a uno porque, sin que uno lo admitiera, la burbuja era robada y nada le daba derecho a vivir en ella. Lo castiga por todos los que sufrieron para mantenerla.

Eso, al menos, cree uno. Pero en realidad el mundo lo castiga a uno porque sí, porque de eso se trata, porque ahora sí puede.