sábado, 11 de noviembre de 2017

Mujeres que escriben


Una de las mejores novelas cortas que he leído recientemente es Distancia de rescate de Samantha Schweblin.  Me obligó a suspender todo lo que estaba leyendo (y haciendo), y me impidió siquiera formular un pensamiento sobre la novela por varias horas. Eso, para mí, es el signo de que estoy leyendo algo excepcional. Luego de un tiempo, sin embargo, sí que he pensado en lo que leí. Una de sus principales fortalezas es que explora el amor filial, el amor materno, para volverlo extraño y horrible, y sin embargo iluminador para todos los que hemos interactuado con madres o con la maternidad (o sea, casi todo el mundo). Es la maternidad de una mirada literaria femenina, no sólo porque la escritora es mujer, sino porque la experiencia subjetiva y animal del amor de madre se vuelve material de la literatura. Pero es femenina, sí, porque la escritora es mujer. Porque sólo una mujer hubiera podido encontrar ese horror y esa angustia que encontró Schweblin y volverla  artística, de modo que ahora yo, aun siendo un hombre (al que, por lo tanto, le es vedado parir), pueda imaginarla. Además. la experiencia femenina de Distancia de rescate no es solamente biológica. Es también política y económica (está el campo y la ciudad, está el capitalismo extractivo, está el desastre ambiental, están las clases sociales); es también literaria (está Aura de Fuentes, está Cortázar, está Rulfo, está María Luisa Bombal) . Es una operación literaria sobre la subjetividad de una mujer, que se ha construido por la posición que la historia y la sociedad le imponen. Algo similar puede decirse, y se ha dicho, de Rosario Castellanos, de Clarice Lispector, de Cristina Peri Rosi, de Alejandra Pizarnick, de Luisa Valenzuela, y un largo etcétera.

La cuestión es que la inclusión de las mujeres en la literatura implica cambiar lo que puede llegar a ser la literatura, y lo que puede conocer ésta del mundo. Y eso implica cuestionar y cambiar lo que se considera universal, atemporal, o estético. Así, el feminismo ha hecho que muchos libros sobre mujeres fatales no hayan resistido el paso del tiempo (afortunadamente). Muchos otros sí han sobrevivido, pero ahora los leemos de otro modo, pues su supuesta capacidad de comprensión del alma de las mujeres dependía únicamente de no leer o escuchar lo que las mujeres tenían para decir sobre sí mismas y sobre los hombres, y sobre la política, la historia, la tradición literaria, etc. Algo similar ocurre en otros ámbitos. ¿Se puede leer igual La cabaña de tio Tom después de Leer a Franz Fanon o a Aime Césaire? ¿Podemos leer del mismo modo lo que dice Isaacs sobre los esclavos en María después de leer a Manuel Zapata Olivella?

Excluir a las mujeres de la literatura es en sí mismo una injusticia, pero no solo contra las mujeres, sino contra todos los que pensamos que la literatura dice algo sobre el mundo. Es una mutilación a la sociedad.

La calidad estética es difícil de definir, e intentarlo siempre lleva a discusiones sinuosas. Rápidamente, diré que nunca es exactamente lo mismo que hablar de política. Pero nunca está separada de la ideología y, por lo tanto, de la política. Y eso incluye la larguísima historia de ignorar, suprimir o ahogar en la falta de medios de difusión el pensamiento de las mujeres en todos los ámbitos de la vida pública, incluyendo la literatura.

Por eso, la pregunta por la configuración del campo cultural actual, y la intervención del estado o de las corporaciones más visibles en ese campo, debe plantearse más allá de los términos de representación o de de calidad. ¿Por qué? Porque, sólo si uno puede establecer de una vez por todas un criterio de calidad estética desvinculado de toda otra consideración ideológica (lo cual es imposible), sólo si uno está seguro de que no existen infinidad de momentos en los que injustamente se excluye la posibilidad de que las mujeres escritoras sean escuchadas y tomadas en serio (lo cual  es imposible), sólo si uno demuestra definitivamente que esa exclusión da igual y que no se gana nada con una mujer que escribe (lo cual es imposible), uno podría pensar que la exclusión de las mujeres de un evento, financiado por el estado con el fin de difundir la literatura colombiana, no fue machismo, sino el natural resultado de la falta de calidad de todas las mujeres que escriben.

Digo esto porque eso es lo que implican quienes minimizan el escándalo de esta semana: que es perfectamente natural construir todo un cuerpo de conocimiento que se ocupa de entender a los humanos ignorando a la mitad de los humanos, que a eso se le debe llamar calidad estética y se la debe proteger de la impureza ideológica de pensar que las mujeres escriben y que deben ser escuchadas.