jueves, 26 de noviembre de 2009

Maestros (para Martha y Daniel)

Ser un maestro puede ser tomado de un modo institucional o profesional. Esto es sobre todo útil cuando se piensan políticas educativas. También se puede pensar la enseñanza desde el ideal, o desde el deseo. Eso también es positivo. El problema es cuando se mezclan irresponsablemente estas concepciones, cuando no podemos dejar de pensar la enseñanza dentro de los marcos institucionales o cuando se planea la educación institucional pensando solo en el ideal. En Colombia ha sido así en gran medida: inspirados en el ideal de la enseñanza se hicieron las reformas educativas: su origen está en las reflexiones que surgieron de las élites intelectuales con respecto de sus experiencias y en los experimentos educativos que han podido hacer en sus ambientes. Estos maestros y estos estudiantes, todos provenientes de ambientes de privilegio intelectual se acercan más al ideal de formación de conocimiento. Pero para la mayoría de personas, enseñar o ser estudiante se parece más al trabajo de oficina que a cualquier otra cosa. Desde esta perspectiva desidealizada se debe tomar el proceso educativo. No sabría como hacerlo sin ser derrotista o caer en el supuesto pragmatismo de la burocracia del poder.

Sabiendo esto, puedo decir que mi ideal de la figura del maestro no podría aportar mucho a un debate sobre educación. Para mí el proceso de enseñanza pasa por varias preguntas: ¿es posible enseñar un proceso de pensamiento sin unos contenidos? Esto es, ¿es posible enseñar a leer bien sin leer buena literatura? ¿es posible enseñar a pensar históricamente sin presentar contenidos de rigor? Al final, el pensamiento crítico y riguroso funciona más por demostración, los mejores profesores que he tenido han sido quienes presentaban su manera de pensar, no quienes dejaban que todo el proceso de pensamiento surgiera de la clase. El problema de esta manera de percibir la educación es que es del todo impositiva: la buena literatura es nuestra buena literatura, el pensamiento crítico y argumentativo es la construcción de nuestros propios argumentos, el pensamiento político es la elaboración de nuestras ideas políticas. El maestro entonces ejerce un poder sobre el estudiante. ¿Cómo no volverse un adoctrinador? No lo sé, pero la solución no es pretender que eso no pasa, porque entonces se termina imponiendo la voluntad de un modo falaz, o en el peor de los casos el proceso de enseñanza se convierte en el patético espectáculo de la automutilación del maestro.

Renunciar al poder de influencia es creer ingenuamente que no hay otros poderes que están ahí sobre el estudiante, poderes que detestamos. Renunciar al poder es subestimar al estudiante o creer que jamás encontraremos a alguien que aprenda de nosotros y luego pueda ver que, detrás de lo que le mostramos, estaba la manera de hacer las cosas, y detrás de eso están nuestros límites. Allí el estudiante encuentra su propia manera, no en la degeneración de la mayéutica que es la fingida timidez educativa que algunos proponen.

También se puede alegar que la división maestro-estudiante no debe existir. Pero la tradición de esa figura es demasiado fuerte para ignorarla. Solo conozco dos posibilidades en las cuales esa figura desaparece: cuando el estudiante supera al maestro porque este es malo o aquel es bueno. En ambas circunstancias el estudiante ve, o cree ver, la falla en el modo de pensar del profesor. Si se trata de un gran maestro el proceso es de asesinato simbólico, como un drama familiar: el estudiante se libera y construye su propio camino; cuando el maestro es malo y si ha ejercido algún poder, simplemente se revela que ese poder provenía de una autoridad externa a su quehacer y a su pensamiento (provenía de la institución, por ejemplo); su mascara cae. Por supuesto, las mas de las veces la relación profesor estudiante ni siquiera pasa por estos dos momentos de lucha o de decepción, y eso está bien: es mejor tener unos cuantos desastres, unos pocos maestros buenos y, en general, gente que sólo hace su trabajo, guías (como el guía turístico o de safari) que le presentan ciertos temas.


No quiero renunciar a participar de esa relación de conocimiento a la antigua, en donde la enseñanza se parece más a la influencia como la entendía Wilde: una contaminación de las almas. Es algo que puede ocurrir dentro o fuera de muchos procesos, sean o no explícitamente educativos. Tengo en mente esa persona que, como ciertos libros, nos abre la mente o nos sacude nuestra manera de ver las cosas. A veces esa persona está en un salón, otras en un grupo de teatro, un taller, o es un amigo con mucho carisma. Con el tiempo podemos encontrar su pensamiento limitado o ridículo, pero su influencia es como un golpe que desvía nuestra trayectoria. Pienso en par de personas fueron eso en mi vida: ellos cambiaron mi manera de ver el mundo, vendas dentro de mí y me sacaron de un estado de aletargamiento que me envolvía. Con ellos estoy tan agradecido que no me importa hoy en día descubrir estoy en desacuerdo con casi todo lo que dicen. me gustaría poder ser eso para alguien. ¿Es entonces el maestro un predicador o un profeta? No lo sé, pero sí se que esa es la tradición a la que se remite. Sólo que ahora no habría una fe que le diera seguridad o hiciera de sus contradictores enemigos. Los métodos son otros pero el carisma viene de esa figura. El peligro es caer en el error de Jesús, que iba a ser un profeta decente hasta que se creyó Dios. Entonces perdió el camino y se volvió un dictador del espíritu. También pienso en la figura del anacoreta y su discípulo. Allí ya no hay una persona frente a un grupo, sino algo íntimo y secreto.
En todo caso, sé que volver a este modelo tiene siempre el riesgo de ser paternal, de ser destructivo con el otro, de dejar de ver las exploraciones propias por volverse un secreto propagador del propio ego.
Además, se puede alegar que hay otras tradiciones tan antiguas a las que se podría apelar y que tal vez sean mejores. Pienso por ejemplo en algunos ritos iniciáticos de mujeres, donde las mujeres experimentadas se encierran con la joven aún virgen y le cuentan o le muestran los secretos eróticos que conocen. Allí la transmisión de conocimientos da de un modo tan diferente que, si la tomamos como metáfora de la enseñanza, tal vez nos lleve o otros caminos es la transmisión del conocimiento.

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