En un homenaje, o un acto de servilismo, la revista Semana escribió un artículo sobre Luis Carlos Sarmiento Angulo, uno de los doscientos hombres más ricos del mundo y el segundo hombre más rico de Colombia. Allí, luego de cantar las loas a su vida empresarial, transcriben un apartado de la entrevista que le hicieron. Al parecer le preguntaron por qué había hecho lo que hizo:
"En primer lugar, dejemos claro que uno funda empresas para ganar plata. Es que aquí ese concepto se distorsiona y a la gente le da pena decirlo. Específica y únicamente es para ganar plata. Decir lo contrario es fariseísmo. Pero cuando a uno le va bien en los negocios, la tranquilidad económica se consigue relativamente rápido y la pregunta más bien es ¿y por qué sigue? Y la respuesta es que uno sigue porque esto lo arrolla a uno".
Luego Sarmiento sigue con una predecible perorata de patriotismo y de que sus empresas han ayudado al prójimo. En Colombia se sabe que los dos negocios de Sarmiento Angulo -la construcción y la banca- son los más sucios después del narcotráfico y la política. En todo caso, el final el fragmento que cito es sincero, sobre todo el final: "esto lo arrolla a uno". Es la respuesta a la pregunta por la ambición. Ya no es codicia, no es tener más, porque no se puede tener más (da lo mismo tener 1000 que 2000 millones de dólares). Sarmiento es arrollado por el sistema, un sistema que en el cual se comporta como señor pero del que al final es sólo alguien más. Es un juego, placentero sí, pero del cual es casi imposible salir. Como casi todos nosotros, él está allí porque ha sido arrollado; sólo que él es muy bueno, ha entendido alguno de los hilos que lo gobiernan y ha hecho cosas, pero ya su poder está por fuera de su voluntad.
Por supuesto eso no lo salva de ser uno de los hombres más viles de su país, ni de la culpa histórica de la pobreza que ha generado. Sin embargo, esa frase ayuda a entenderlo: "Esto lo arrolla a uno" nos hace recordar que la mayoría de personas serían él si pudieran, no por malos, sino porque serían arrollados. Aunque siempre es muy fácil señalar los culpables de las desgracias masivas, el sistema de injusticias se ha perfeccionado de tal modo que hasta los más privilegiados son sólo ínfimas piezas, que apenas presencian una monstruosidad que los desborda, y que por un azar que luego intentan explicar, los beneficia.
¿Debemos justificarlo sólo por eso, porque es intercambiable? No, pero debemos preguntarnos si a nosotros nos arrollaría el juego que juega Sarmiento, o si de un modo u otro ya lo está haciendo.
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