martes, 31 de mayo de 2011

Ir de un lugar a otro

Cuando se va de un lado a otro —en un bus, por ejemplo— uno entra en un estado extraño. Por un lado, uno sabe que va a un lugar particular. Por supuesto, puede haber un accidente o en un imprevisto cualquiera (y en Bogotá eso es común), pero en general uno asume que va a llegar a un punto fijo. Por otro lado, uno siempre deja un lugar. En eso no hay ambigüedades: ir a un sitio es siempre es irse de un sitio.

La cuestión es que esos dos lugares fijos también suelen ser lugares de actividad: uno se va de un sitio en el que hace algo, para ir a otro sitio en el que hace algo. Ese hacer es siempre la responsabilidad, la postergación de la responsabilidad, el placer, la postergación del placer, el encuentro con los otros, el desencuentro con los otros, el cansarse, el descansar. Los lugares son la condición de la acción, de nuestro movimiento. Pero cuando uno tiene que ir a otro lugar no puede hacer ninguna de esas cosas. Por eso no tiene más remedio que postergarlas y estar en ese intervalo de tiempo muerto, en ese paréntesis.

Por supuesto, hay opciones: se puede charlar si uno va acompañado, se puede escuchar música, se puede leer un poco, se puede hablar por teléfono. Hay tantas alternativas que es fácil sentirse a salvo de ese punto muerto en nuestras vidas. Basta con reducirlo a un momento de incomodidad o a una pequeña reorganización forzosa de nuestras agendas.

Pero también hay otra posibilidad: no hacer nada. Al principio es estúpidamente aburrido. Pero luego se da uno cuenta de que hay cierta liberación. El futuro se siente seguro (uno va a hacer algo muy pronto); no hay posibilidad de que lo que le pasaba a uno antes se extienda más de lo necesario (uno ya se ha ido del lugar donde pasaba); uno no puede hacer nada, y entonces no debe hacer nada. Así, ese paréntesis es el momento de mayor estabilidad y de menor exigencia; es un descanso de lo que uno es. Es el placer de, por fin, estar quieto.

3 comentarios:

  1. Siempre he tenido una fascinación por esos largos trayectos en bus tan frecuentes es Bogotá; una de las cosas que en esta ciudad, donde apenas y dura uno 10 o 15 minutos en un trayecto, extraño muchísimo. No había pensado exactamente en el por qué de que me gusten, pero siempre quise escribir algo sobre esas horas pasadas en un bus atravesando Bogotá y "haciendo nada", tú ya lo escribiste y diste en el clavo.

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  2. Gabriel, es una bella metáfora de la vida... Así es la vida... Uno puede charlar (incluso con los que van en dirección contraria), mirar... Eso es vivir... Con los ojos y oidos abiertos. mis saludos

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  3. Javier: qué bueno saber de tí. Me alegra mucho que me leas y que te haya agradado. Un abrazo lleno de buenos recuerdos... procuro tneer los ojos abiertos.

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