Pasa otra semana, llego al final durmiendo mal, con dolor de espalda y habiendo hecho poco.
La frustración es por no aprovechar la posibilidad de alejarse del mundanal ruido y buscar una vida dedicada al puro oficio de las letras. Al fin y al cabo de eso se trata este sitio... ¿qué otro encanto puede tener vivir en un lugar donde no hay nada para hacer?
En el fondo se ocultan dos sensaciones: una, la influencia del catolicismo: la purificación, no por medio de un ascetismo intramundano, sino de la reclusión... acceder a lo sagrado a través del alejamiento de lo material y lo corporal (superados en parte los moralismos sexuales, el fin de semana y sin haber dormido bien, con resfriado y dolor de espalada me muestra que he abandonado el cuerpo). La segunda fantasía es la del conocimiento total: el plíglota polímato: Borges, Valéry, Frye, Borges... gente que leyó todos los libros o que agotó una tradición. También está William Blake y Lesama Lima, fundadores de sectas de un solo integrante. Así que de nuevo el problema es religioso. El problema del agnosticismo es que lo espiratual sale por la puerta pero entra por la ventana. Y al mismo tiempo nos enfrentamos con que somos mediocres y desperdiciamos las oportunidades, que gastamos horas y horas revisando páginas inútiles de internet o pensando en política.
Así que el asunto está de nuevo en la culpa: se verifica que no se es lo que se quiere ser y entonces ese ser imagnario que uno ha creado lo mira a uno con gesto reprobatorio y le dice: "muy mal, Gabriel, pasan los días, los años, y nada que haces lo suficiente para que yo sea real. Al final vas a perder la oportunidad".
¿Es posible construirse a uno mismo desde otro punto de partida? ¿Cambiar los referentes hacia un hedonismo del saber, o una pulsión deseperada e irracional como los decadentes de antaño? Pero todos los que veo seguir esa senda parecen payasos, farsantes o poetastros patéticos que huelen a café con leche.
viernes, 30 de octubre de 2009
sábado, 10 de octubre de 2009
Programación de actividades
De repente se siente uno preocupado por cualquier tontería... horas y horas pensando en en las pequeñas comodidades y en las pequeñas neurosis. La ciudad es muy buena para eso. Al final los pequeños problemas son, como el entretenimiento, una forma de postergar el aburrimiento, pero dejando de lado las cosas importantes. ¿Pero qué son las cosas importantes? Bien pensado, la política, el éxito, yo todos los problemas con mayúscula sólo son importantes en relación con lo más pequeño, pero en sí mismos no tienen ningún valor, son también distracciones... ¿religión, espiritualidad, conocimiento? Distracciones... siempre nos estamos divirtiendo, dejando de lado algo que no sabemos qué es, y mientras tanto pasamos el tiempo. Por eso cuando uno cumple una tarea difícil, cuando tiene "éxito", cuando se convierte en lo que quería ser, debe apresurarse a poner otra meta, otra tarea, para que no se note que todo lo que se ha uno esforzado por construir es una fabricación baladí. Además el mundo debe moverse, sí, sí, luego nos ocupamos de lo otro...
domingo, 4 de octubre de 2009
Nosotros tan felices
Podemos percibirnos como perfectos siempre. Basta pensar que los errores hacen parte de la naturaleza humana o del aprendizaje. Es un lugar común, después de un mal momento o un fracaso, terminar la lista de lamentos con un, "bueno, pero el final se ha aprendido algo de todo esto", como si el dolor, la humillación o los daños fueran lo que nos quedara de los antiguos métodos de enseñanza. Entonces al final todo está bien y todo es bueno.
El problema es cuando nos encontramos con alguien que no deja abierta esa salida, alguien lo suficientemente viejo como para poder ver su vida, no como un aprendizaje, sino como una escalera en espiral que desciende a tropezones, un viejo reventado que no puede hacer ningún balance positivo. Entonces no sabemos cómo reaccionar, pues la retórica de las enseñanzas de la vida se hace tan inapropiada como si estuviéramos diciéndole a una mujer recién violada que por lo menos aprendió una nueva posición. Son personas que no se equivocaron, sino que escogieron el peor camino sabiendo que era el peor, que tomaron las decisiones equivocadas sabiendo que eran equivocadas. Tal vez lo hicieron pensando en la historia del camino pedregoso que va al cielo y el camino plano y despejado que va al infierno, y entonces cuando llegaron al final se dieron cuenta de que los dos caminos llevaban al mismo sitio, solo que los que escogieron la senda bonita llegaron antes y sufrieron menos. A esas personas se las mira con condescendencia, y se habla de ellos con una mezcla de compasión y desprecio. Y está bien, así se perciben ellos mismos. Pero en el fondo nos incomodan y nos desestabilizan; detrás de todos los discursos de consuelo frente a ellos y las exclamaciones lastimeras a sus espaldas se esconde un interrogante: ¿por qué seguir siempre el camino razonable? ¿Por qué escoger siempre la opción que parece más feliz y sensata?
Al final la infelicidad del viejo reventado no es menos significativa que nuestra situación confortable. Tal vez esa gente no se creyó la historia del paraíso al final del camino de espinas, tal vez sabían que al final no había paraíso para nadie; el camino plano, que se podía abarcar con una mirada, no valía la pena, y quizás entre las espinas había algo escondido. Tal vez ellos preferían llegar al final sin nada en las manos a andar rápido sabiendo que no habían intentado encontrar ese algo. Al final perdieron, pero recuerdan cada piedra y cada espina; nosotros los del camino plano, no recordamos nada.
El problema es cuando nos encontramos con alguien que no deja abierta esa salida, alguien lo suficientemente viejo como para poder ver su vida, no como un aprendizaje, sino como una escalera en espiral que desciende a tropezones, un viejo reventado que no puede hacer ningún balance positivo. Entonces no sabemos cómo reaccionar, pues la retórica de las enseñanzas de la vida se hace tan inapropiada como si estuviéramos diciéndole a una mujer recién violada que por lo menos aprendió una nueva posición. Son personas que no se equivocaron, sino que escogieron el peor camino sabiendo que era el peor, que tomaron las decisiones equivocadas sabiendo que eran equivocadas. Tal vez lo hicieron pensando en la historia del camino pedregoso que va al cielo y el camino plano y despejado que va al infierno, y entonces cuando llegaron al final se dieron cuenta de que los dos caminos llevaban al mismo sitio, solo que los que escogieron la senda bonita llegaron antes y sufrieron menos. A esas personas se las mira con condescendencia, y se habla de ellos con una mezcla de compasión y desprecio. Y está bien, así se perciben ellos mismos. Pero en el fondo nos incomodan y nos desestabilizan; detrás de todos los discursos de consuelo frente a ellos y las exclamaciones lastimeras a sus espaldas se esconde un interrogante: ¿por qué seguir siempre el camino razonable? ¿Por qué escoger siempre la opción que parece más feliz y sensata?
Al final la infelicidad del viejo reventado no es menos significativa que nuestra situación confortable. Tal vez esa gente no se creyó la historia del paraíso al final del camino de espinas, tal vez sabían que al final no había paraíso para nadie; el camino plano, que se podía abarcar con una mirada, no valía la pena, y quizás entre las espinas había algo escondido. Tal vez ellos preferían llegar al final sin nada en las manos a andar rápido sabiendo que no habían intentado encontrar ese algo. Al final perdieron, pero recuerdan cada piedra y cada espina; nosotros los del camino plano, no recordamos nada.
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