lunes, 10 de junio de 2013

Ensayos de fin de curso


File:Ensayos.jpgDespués de calificar montañas de trabajos por demasiadas semanas, encuentro que para varios estudiantes el único criterio a tener en cuenta al escribir es adivinar qué es lo que quiero que me digan e intentar complacerme. No hay que escandalizarse: un trabajo de curso, que se escribe en uno o dos días, no se supone que pueda ser mucho más que eso, más aún cuando lo que uno mismo propone es que el estudiante demuestre que puede poner en práctica ciertos conceptos. Pero hay un tipo de gesto de complacencia en los estudiantes que me llena de preguntas. ¿Qué significa que alguien intente repetir, exactamente, lo que uno dijo en clase? Es decir, no re-elaborar una idea para que se adapte a la tarea del trabajo, sino repetir frases exactas, incluso las que se dijeron a manera de broma. ¿Qué significa intentar “decir lo que el profesor quiere escuchar”?
Quejas aparte (los profesores tendemos a quejarnos mucho), pienso que hay en ese tipo de gestos un doble acto: por un lado, hay un desafío al profesor: si se repite lo que dice en clase, él va a caer en la adulación y la va a premiar. También es posible que el estudiante quiera “preservar” su mente del daño que le puede hacer tomar en serio el trabajo; si intenta realmente hacer todo el proceso mental que se le pide corre el riesgo de contaminarse, de ceder al autoritarismo del sistema, de “castrar su mente”. Por eso repetir frases de los apuntes es una forma de pasar el curso sin perder su preciada esencia. Lo preocupante es que en ambos casos el estudiante puede tener razón: si usa la adulación es porque ha funcionado; si teme comprometerse en el ejercicio de escritura, y prefiere hacer un truco, es porque siente que ya ha perdido mucho de sí mismo en el mundo escolar. Por supuesto, es poco probable que se piense así; es más probable que se trate ante todo de una costumbre adquirida. Pero, entonces, ¿hasta qué punto uno continúa ese proceso degradado que los estudiantes han vivido desde el colegio?

Pero la preocupación debe matizarse. Para el estudiante, un trabajo de curso puede ser una imposición inadmisible a su talento (en el peor de los casos), o una especie de juego en el que tal vez aprenda una manera diferente de hacer las cosas, que puede servirle en el futuro (en el mejor de los casos). Para el profesor, es una tarea de seguimiento a la labor de los estudiantes y a la suya propia (en el mejor de los casos), o una fuente de aburrimiento (en el peor de los casos). De todas maneras, tan pronto uno fija su mirada en cualquier lugar fuera de la burbuja académica, se da cuenta de que es algo de una importancia modesta.

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