Cincinnati tiene algo del encanto de los proyectos fallidos. Rodeada de suburbios y bosques semi naturales (como muchas ciudades de Estados Unidos) se encuentra el área central. Abandonado, desarticulado y en un proceso de lenta y atropellada gentrificación, el centro da cuenta de la opulencia de la época de la navegación por el río Ohio y a la vez transmite la historia de constante decadencia. El caso más emblemático es Over the Rhine. Este lugar fue el eje de la prospera colonia alemana y ahora es el barrio más peligroso de Estados Unidos. Lo que uno siente cuando pasa hacia el atardecer por allí (sobre todo en las areas que no han sido "restauradas" y son todavía "el gueto") es que la comodidad de vivir en el país más rico del mundo no existe. El sueño de progreso individual no se hace evidente, o está enterrado por la dinámica de segregación, miseria y violencia. Incluso los cuerpos, lacerados por la malnutrición y el crack, desafían cualquier intento de ver un ideal de progreso.
Estar allí, sin embargo, me generó una suerte de simpatía. No se trata de que se esté feliz por ver algo así, o de que se disfrute de la violencia, el miedo y la miseria. Pero, aún a través el horror de niño aburguesado, uno puede sentir una suerte de sensación de humanidad completa. Over the Rhine es el fracaso de un proyecto hegemónico que se presenta como una unanimidad feliz, llena de vacíos y contradicciones internas, pero que nunca parece destruirse estrepitosamente. Al estar en el gueto, se hace evidentemente la complejidad de la sociedad estadounidense, complejidad que sólo se muestra con maquillaje en los periódicos y en las series. En Over the Rhine, "The Rights of Life, Liberty and The Pursuit of Happiness" no parecen más que conceptos abstractos y ajenos, no los pilares ideológicos sobre los que se construye una vida.
Al final la simpatía que produce el gueto de Over the Rhine no es agradable. Lo que me transmite el barrio tiene que ver justamente con esa sensación de ausencia a la que se había acostumbrado uno y que reaparece incluso visualmente. Es ver por fin un sector de la sociedad que se cae a pedazos, y que muestra las equivocaciones de una sociedad entera. Así, en el reconocimiento del fango del otro, se siente uno más cercano.
Pero aún en el gueto de Cincinnati uno sabe que no es lo mismo. Las ciudades de los países pobres no pueden disimular la aspereza, ni pueden glorificarla como lo hacen las ciudades de los países ricos. Aún Over the Rihne vive de las migajas de una nación opulenta, de modo que se sostiene con más estabilidad. El homeless tiene una tranquilidad que no se ve en el indigente, como si de algún modo el primero sintiera que su posibilidad de vivir es más alta o que hay que luchar con menos rudeza por ella. Además, en Cincinnati siempre se puede tomar un bus de vuelta al mundo que funciona. En la ciudad del país pobre, en cambio, sólo se puede conseguir esa falacia en el interior de las casas. El resto del tiempo, uno siente que Over the Rhine está en todas partes extendiendo sus tentáculos. No. Eso es solo una reacción visual. Bien vistas las cosas, la metafora en la ciudad pobre es al revés: no es un gueto que se va expandiendo por una ciudad, sino que, en un “Sobre el Rin” inacabable hay un pequeño pulpo de opulencia que extiende sus lánguidos tentáculos y hace emerger pequeños espacios hermosos. Esos espacios son como flores que brotan y muestran su belleza pero succionan la poca agua que queda y ensanchan el desierto: los espacios que funcionan lo hacen aumentando la ruindad cotidiana circundante, pues de ella se alimentan.
La cuestión no es que en un lugar no ocurra la infamia y en otro sí, sino qué tan perceptible es. Chiquita mata sindicalistas para incrementar sus ganancias, de las cuales una parte llega a Cincinnati (gracias que la casa matriz está allí); con ese dinero alcanza para maquillar los problemas.
En Bogotá, en cambio, uno tiene que ver constantemente la dinámica de dentelladas del capitalismo que en Cincinnati solo aparece como un imponente edificio que está saqueando algún lugar bien lejos... a menos que uno vaya al gueto. Entonces se da uno cuenta de que pensar que hay países mejores, donde uno puede escapar de la ignominia de verlo todo caerse a pedazos, es tan futil como creer que la mala consciencia se quita viviendo en un conjunto cerrado de casas, lejos de los indigentes.
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