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Foto de Juan Rulfo |
Cualquiera que haya crecido en la ciudad y haya intentado cultivar la tierra se habrá enfrentado al fracaso. Hay algo que se le escapa, que tiene que ver con una técnica muy sutil, pero que va más allá de la técnica. El campesino le lleva mucha ventaja, pues ha estado cultivando desde los cuatro años. Es lo mismo que pasa con el piano o el violín: la técnica es tan compleja que si uno comienza a los treinta años jamás será realmente bueno, y solo algunos entre los mejores hacen que la técnica de interpretar partituras se convierta un verdadero arte. Pero pocos dicen de la señora campesina que es muy sofisticada y culta, como dicen de ciertos pianistas.
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La palabra cultura es bastante curiosa. Al principio se refería al cultivo de la tierra (agricultura, horticultura), luego a la educación, que era el cultivo del espíritu. Ahora hay cientos de definiciones, pero suelen tener que ver con cómo le damos sentido al mundo: las religiones, las artes, las costumbres, las filosofías, etc. Así, un poema es cultura, un grafiti es cultura, la televisión es cultura, el amor es cultura. En todo caso, parece ser algo muy alejado de cultivar la tierra.
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Una vez alguien me decía que los productos de Apple no eran aparatos electrónicos sino un "modo de vida", una cultura. Entonces uno se pregunta: ¿Cómo se cultiva nuestro espíritu hoy en día? Se habla de que vivimos en una sociedad de signos, en un mundo de sentidos móviles, virtuales, cambiantes. Yo creo que eso es parcialmente cierto. Sí, estamos sobrecargamos de signos, pero estos provienen de objetos que alguien hace. Puede que no pensemos así, pero no por eso las cosas que nos rodean dejan ser solo lo que hemos tomado de la naturaleza.
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La comida también es un sistema de signos. Siempre lo ha sido. Pero parece que hoy en día comer es, mucho más que antes, un signo. Basta ver cosas como la "cocina molecular" del chef Ferrán Adriá quien, según dicen, es un artista y un representante de la deconstrucción de la culinaria (con Derrida abordo). Incluso quienes no podrían pagar un restaurante así pueden pensar en lo que comen como piensan en el tipo de música que les gusta. Sin embargo, por más signo que sea, la comida es ante todo algo orgánico: la manera de hacer sobrevivir el cuerpo; un alimento. Es también el producto del trabajo de alguien.
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Podemos hacer que la cultura de la ciudad olvide la cultura del cultivo. Podemos creer que el arte de cultivar es menos cultura o que es menos vital. Podemos ignorar que dependemos más de la cultura del campesino que de la del publicista. Pero si hacemos eso igual tendremos que comer. Entonces solo nos quedará la violencia para conseguir alimentarnos, pues no de otro modo uno puede tomar lo que necesita de quien desprecia. Nos quedará, pues, la violencia y la venganza de esos a quienes violentamos.
La otra opción es el respeto, eso que llaman el reconocimiento de la dignidad del otro, o incluso el reconocimiento de su superioridad. Al fin y al cabo, la cultura de los campesinos, con toda seguridad, sí se ocupa de lo indispensable.